Cuando nos compramos un traje para una boda, no sólo basta con que nos guste, nos quede impecable o nos resalte el color de nuestros ojos. Es casi más importante que le guste a tu pareja, al primo de la novia o que nos digan los invitados lo guapos que estamos.
En distinta medida (dependiendo de cada persona) necesitamos la aprobación o aceptación de la gente que nos rodea para llegar a ser más felices de lo que somos. O para estar más tristes de lo que estamos.
Bajo mi humilde opinión, todo aquel que afirma que no le importa lo que digan o piensen de él, MIENTE. Nos educamos, nos comportamos, nos vestimos, nos peinamos para gustarnos a nosotros mismos en primer lugar y para recibir el reconocimiento del resto posteriormente. Un actor no sería bueno en su trabajo si el resto no viera sus películas, si no le entregaran premios o no le parasen en la calle para recordarles lo bien que lo hace o lo guapo que es. No basta con creerse un buen actor para serlo.
Lo mismo pasaría con el resto de las profesiones, y la enfermería, no iba a ser diferente.
Una profesión tan vocacional como la nuestra, donde existe tanta implicación humana y emocional, necesita el reconocimiento de los demás para seguir viva. No es posible dar continuamente si no se recibe algo a cambio, por insignificante que sea. Un gesto, una mirada, un caricia, un silencio…. son suficientes para volver a llenar esa glándula que poseemos los enfermer@s, la de la generosidad.
Y como homenaje estival a la enfermería, os dejo un mensaje de reconocimiento del escritor Jose Luis Sampedro, que esperamos os llene de fuerza para afrontar las merecidas vacaciones o la temible vuelta de las mismas. ¡Feliz Verano!
“Cuando se está aislado en una habitación horas y horas, viendo cambiar la luz en la ventana, el abrirse la puerta ofrecía sorpresas muy distintas. Si era el médico, siempre le acompañaba la incertidumbre inicial: ¿traía buenas o malas noticias? ¿Cómo evolucionaba el caso? Si era la enfermera su aportación era siempre positiva: la hora de la medicina, o de la tensión, o la temperatura, el alimento o la bebida, el comentario animador.... El mero hecho de verla moverse por la habitación era una garantía de seguridad, de amparo. Un suspiro de alivio se nos escapaba a mi enferma y a mí al abrirse aquella puerta”.
“Y es que la enfermera aportaba un gran ramo de valores humanos, de los que ahora tanto se mencionan y tan poco se aplican: ternura, comprensión, compañía para la soledad, sosiego para la inquietud, tranquilidad. Con el tiempo, alguna enfermera pasó a otros servicios.... Pero de pronto abrió nuestra puerta, sin obligación alguna, sólo para preguntar y para demostrarnos el interés directo que habían llegado a tomarse. Y más de una vez, en los pasillos, me manifestaron con emoción ese interés refiriéndose a la persona que yo acompañaba”.
Para terminar, mi admiración no se limita a esos valores humanos sino además a los profesionales y a la técnica. (...). Mis enfermeras, pues las quiero llamar así, hicieron siempre frente a ese reto con la mayor seguridad y eficacia”.
“En fin, abandoné el hospital tronchado por la inevitable desgracia, pero admirado y lleno de cariño hacia un grupo profesional tan digno y tan lleno de generosa humanidad, que no sólo cumplía con su deber, sino que lo hacía con sentimientos cordiales. Por eso ahora aprovecho la ocasión para sumarme al homenaje y para proclamar la trascendencia de la función desempeñada por las enfermeras y la eficacia con que la realizan”.
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